La Ética del Mejoramiento Cognitivo

El doping ya no es la única preocupación exclusiva de deportistas profesionales. Las denominadas “drogas inteligentes” (nootropicos) que se utilizan para mejorar el rendimiento cognitivo están empezando a infiltrarse en los círculos académicos. Según Martha Farah – una experta en la neurología de la cognición, emoción y desarrollo del Centro para la Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Pensilvania – muchos estudiantes universitarios están usando Metilfenidato (Ritalin), un fármaco que se receta para tratar el déficit de atención con trastorno de hiperactividad (TDAH), para mejorar su capacidad para concentrarse y estudiar. “En mis clases todo el mundo sabe de alguien que está usando o vendiendo este tipo de fármacos“, dice Farah,”…y me apresuro a añadir que esto no es exclusivo de la Universidad de Penn – las investigaciones muestran que se trata de una tendencia“.

Farah, que recientemente co-presidió una reunión sobre la ética de la mejora cognitiva (Academias de Ciencia de Nueva York, EE.UU) junto a Judy Illes del Centro de Ética Biomédica y del Departamento de Radiología de la Universidad de Stanford (Palo Alto, EE.UU), dijo que el metilfenidato ya está siendo usado regularmente (muchos dicen que se utiliza en exceso) para ayudar a controlar a los niños indisciplinados en los distritos escolares urbanos pobres de los Estados Unidos. Los investigadores han demostrado que en algunas escuelas hasta un tercio de los niños están siendo medicado con la droga, a pesar de que muchos de ellos no padecen de TDAH.

Pero también hay evidencia de que muchos padres adinerados ahora están eligiendo dar la droga a sus hijos de buen comportamiento, aunque de bajo rendimiento, para mejorar su atención en la sala de clase. ¿Vendrá el día en que se les diga a los estudiantes que entreguen una muestra de orina junto con su hoja de examen para probar que sus logros fueron el resultado de un trabajo duro y no producto de la farmacología?

Escenarios como éste fueron discutidos en la conferencia por académicos de diferentes disciplinas: neurociencia, ética biomédica, política, derecho y educación. Todos los delegados coincidieron en que en los próximos años, cada vez más individuos sanos usarán drogas que mejoren o potencien la función cognitiva.

Sin embargo, la pronosticada tendencia plantea serias preocupaciones éticas sobre el uso de formas químicas y mecánicas de neurotecnología, incluyendo psicofármacos, implantes de tejido neuronal e interfaces cerebro-computadora. De hecho, el neurocientífico cognitivo Lawrence Parsons, director de un programa de la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), predice que dentro de los próximos 10 a 15 años algunas formas de mejora cognitiva se habrán extendido tanto que será un tema tan común socialmente como lo es hoy en día la investigación de células madre y los alimentos genéticamente modificados.

Lo que viene es una amplia disponibilidad de poderosas y específicas mejoras cognitivas“, dijo Paul Root Wolpe, sociólogo y especialista en ética de la Universidad de Pensilvania. “Vamos a ver este tipo de mejoras en el mercado dentro de una década, y unos pocos comenzarán a filtrarse en la sociedad sustancialmente antes de eso“.

Wolpe piensa que el uso de interfaces cerebro-computadora para propósitos de mejora cognitiva en individuos sanos sigue siendo ciencia ficción, por lo menos en el futuro previsible, aunque señala que el ejército estadounidense, que ha hecho grandes avances científicos en el pasado, está invirtiendo bastante dinero en Investigación sobre neurotecnología.

Muchas drogas que estimulan la cognición ya están en desarrollo. Muchos de estos nuevos fármacos serán diseñados originalmente para tratar alguna condición médica, pero serán lo suficientemente seguros tener muchos usos “off-label”. No obstante, algunos se diseñarán específicamente para mejorar la atención o la memoria, incluso en personas que se consideran perfectamente saludables.

Eric Kandel, premio Nobel y fundador de Memory Pharmaceuticals (Montvale, NJ, EE.UU), cree que dentro de los próximos 5 años varias compañías habrán desarrollado medicamentos moderadamente seguros para contrarrestar la pérdida de memoria relacionada con la edad. Sin embargo, esta condición aún no está clasificada por la Administración de Alimentos y Medicamentos (Food and Drug Administration – FDA) de los Estados Unidos como una condición médica. Por lo tanto, suponiendo que las drogas funcionan, ¿quién, si alguien, debería prescribirlas?

Illes y Kandel creen que las agencias encargadas del cuidado de la salud deben ser los que prescriban los productos de mejora cognitiva ya que afectan directamente a la salud. Sin embargo, agregaron que si un medicamento es lo suficientemente seguro para ser de venta libre, no habría necesidad para que los médicos intervengan, aunque tendrían el deber de ser informados sobre el “estado del arte” para poder aconsejar apropiadamente a sus pacientes.

Algunos dermatólogos y cirujanos estéticos están abiertamente en el negocio de la mejora del estilo de vida para personas sanas“, añadió Farah, “pero los neurólogos y psiquiatras no piensan en sí mismos de esa manera, y por lo tanto no están capacitados para ayudar a las personas con respecto a este tipo de decisiones”.

Pero tal vez deberían estarlo. La seguridad del paciente siempre será la principal preocupación del médico, especialmente si un medicamento se usa para mejorar o potenciar, en lugar de para tratar una patología. Los pacientes con cáncer toleran los efectos secundarios de la quimioterapia debido a la gravedad de su enfermedad, pero a menos que se puedan diseñar fármacos de mejora cognitiva con pocos (o ningún) efecto secundario, nunca serán ampliamente utilizados entre la población general. Pero aun si tales drogas son seguras, ¿debe su uso ser tolerado o condenado? Los especialistas en ética temen que si los potenciadores cognitivos se usan en masa, la sociedad humana y los valores que se aprecian, podrían cambiar drásticamente.

Quizás la cuestión más preocupante es el efecto que las drogas cognitivas podrían tener sobre la justicia social y la igualdad. Illes, por ejemplo, está preocupado por lo que sucedería si el nivel de rendimiento cognitivo “normal” se incrementara, ya que sólo los ricos tienen los medios económicos para alcanzar este nuevo nivel de “normalidad”.

Es definitivamente una preocupación, ya que tendrá un impacto hacia abajo en la educación, el empleo y otras oportunidades para niños y adultos, y tiene el potencial de cambiar el tejido mismo de la sociedad“, dijo Illes. Pero, como señaló Farah, la posibilidad de una distribución desigual no es una razón para rechazar directamente la posibilidad de obtener mejoras neurocognitivas: “La educación es un potenciador cognitivo que se distribuye muy desigualmente, sin embargo la sociedad no está en contra de la educación. Por el contrario, estos potenciadores neurocognitivos podrían ser relativamente fáciles de distribuir ampliamente“.

Sin embargo, la disponibilidad generalizada en sí misma puede causar problemas si introduce otro tipo de riesgo: la creación de homogeneidad en la población y la pérdida de diversidad. Erik Parens, bioeticista del Hastings Center (Nueva York, EEUU), está particularmente preocupado por los efectos que los potenciadores cognitivos podrían tener sobre la diversidad cultural. “Muchos de nosotros nos sentimos reconfortados al pensar que tales mejoras se utilizarán para una amplia variedad de propósitos y en última instancia promoverán una rica diversidad de proyectos de vida“, dijo. “Una droga que realce nuestra “cognición”podría en principio ser usada para ayudarnos a memorizar a Shakespeare, o escuchar a Bach, o contemplar el significado del ser“. Sin embargo, Parens duda mucho, dado el estado de la sociedad moderna, que tales mejoras promoverán tal diversidad en las actividades humanas. Más bien, predice que los potenciadores cognitivos probablemente se utilizarían para promover más de lo mismo. “Si estás contento con el status quo, más de lo mismo puede sonar muy bien. Sin embargo, si quieres imaginar cómo podríamos vivir de manera diferente, no lo hará“, dijo.

Otra preocupación es el efecto que los potenciadores cognitivos podrían tener sobre el individuo y su percepción sobre sí mismo. Wolpe señaló que no sólo los efectos colaterales de la mejora neurológica son problemáticos, sino también la naturaleza del cambio en sí. “Por ejemplo, la pérdida progresiva de la función cognitiva que caracteriza al Alzheimer se describe generalmente como la “pérdida de propia personalidad” de la persona que padece la enfermedad“, dijo. “Una mejora cognitiva general puede tener el mismo efecto“. Le preocupa que si mejoramos sustancialmente nuestro funcionamiento cognitivo general, también podemos alterar aspectos de nuestra identidad que son fundamentales para quienes somos. Wolpe no se preocupa tanto por un “futuro post-humano”, sino por un futuro en el que nos reconocemos como humanos, pero otros no nos perciben como la misma persona que fuimos alguna vez.

Debido a estas preocupaciones éticas, los académicos involucrados profesionalmente con la mejora cognitiva necesitan comenzar a pensar en las implicancias de su investigación y asumir la responsabilidad por ella. Las experiencias personales de Howard Gardner, un profesor que estudió los procesos cognitivos en la educación en la Universidad de Harvard y que descubrió hace diez años que su trabajo estaba siendo utilizado de una manera racialmente divisiva en Australia, ayudaron a consolidar la idea de que la responsabilidad del científico no termina cuando él o ella publica sus hallazgos. “Los científicos tienen la obligación de monitorear cómo su trabajo es usado y mal utilizado, y de hablar sobre las aplicaciones erróneas, las malas interpretaciones, y en presencia de franca maldad“, enfatizó Gardner.

Un enfoque proactivo es especialmente importante para la investigación sobre mejora cognitiva, dice Gardner, porque la neurotecnología hará que la sociedad cambie de forma incremental. “Para cuando lo sepamos, será demasiado tarde“, dijo. “Creo que es poco probable que podamos frenar este cambio, pero creo que aquellos de nosotros que se oponen a las mejoras cognitivas de los individuos dentro de la distribución normal de la población deben ponerse de pie y ser tenidos en cuenta. Podríamos hacer la diferencia”. Wolpe es más estóico: “Si la historia es un precedente, abrazaremos con entusiasmo estas tecnologías, incluso mientras agonizamos sobre si debemos o no hacerlo

 

El artículo fue publicado originariamente por James Butcher en la edición Nro. 363 de The Lancet y fue curado, traducido y editado por el equipo de ALFA SER.

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