¿Se puede mejorar la Inteligencia?

En el día de hoy el portal periodístico INFOBAE de Argentina publicó una noticia sobre el hallazgo en la India de un niño “prodigio” que al parecer superaría en “coeficiente intelectual” (CI) al propio Albert Einstein y al reconocido astrofísico norteamericano Stephen Hawkings.

Me pareció interesante compartir esta nota con la comunidad de ALFA SER por varios motivos.

En primer lugar, por que pone la luz sobre un concepto como el CI que tradicionalmente se lo ha vinculado con el grado de inteligencia de una persona. Hoy sabemos que esto no es necesariamente así.

En segundo lugar, por que desliza la idea de que la inteligencia (en este caso inferida a través del CI) vendría dada por nuestra mochila genética. Hoy sabemos que si bien la genética juega un rol existen factores ambientales que no deben ser soslayados, y que incluso la tecnología y la farmacología moderna nos permiten mejorar sensiblemente el rendimiento cognitivo.

Pero vayamos por partes.

El CI fue inventado por un Ministro de Instrucción Pública francés llamado Alfred Binet quien en la primer década del siglo XX le encargaron la difícil tarea de desarrollar algún indicador “objetivo” que permitiera cuantificar el nivel de inteligencia de una persona.

El disponer de una medida unívoca y de naturaleza cuantitativa como el CI facilitaría categorizar a la población en edad escolar en personas de baja, media y alta inteligencia. Solo bastaría realizar una batería de tests para obtener dicho coeficiente. Realizados sobre un numero significativo de individuos se podrían obtener distribuciones de probabilidad a partir de las cuales realizar las comparaciones inter-personales (e incluso intra-personales en distintos momentos del tiempo).

Hasta la década del 50, y en menor medida hasta los años 70 el CI vivió su época de mayor esplendor. Un CI elevado no solo se convirtió en requisito para ingresar a ciertas casas de estudio sino que también se utilizó como el indicador (proxy) de referencia para estimar la probabilidad de éxito que iba a tener un chico durante su trayecto escolar.

Como pueden observar, el uso que tenía el CI era para sujetos escolarizados.

Sin embargo, el CI tenía varios problemas.

Con el tiempo resultó ser un débil predictor sobre el grado de “éxito” que iba a tener un sujeto fuera del ámbito escolar o académico. Es decir, que resultaba normal observar a personas con CI elevado fracasar estrepitosamente a la hora de formar una familia, de dirigir una empresa, de formar círculos sociales significativos, e incluso de ser exitosos a la hora de concretar un proyecto de vida.

Pero, ¿qué era lo que explicaba ese pobre poder predictivo del CI?

El primer aspecto era que dicho coeficiente medía en mayor medida solo determinadas habilidades o aspectos de la inteligencia, en especial las habilidades lógico/matemáticas, dejando de lado otras dimensiones de la inteligencia como la creatividad o la expresividad.

Así, debía haber “algo más” que nos ayudara a explicar la “inteligencia” de una persona fuera del ámbito escolar.

Esa respuesta llegó a principios de los años ochenta con la publicación del libro Frames of Mind de Howard Gardner quien señalo que la inteligencia lógico/matemática era tan solo una de las múltiples tipos de inteligencia que una persona podía poseer, entre las cuales también se destacaban las habilidades en las dimensiones inter e intra personales. Lo que hoy conocemos como “inteligencia emocional”.

Esta concepción más abarcativa permitió entonces entender con mayor claridad el surgimiento de niños prodigio como el famoso deportista Babe Ruth, la premio nobel de Medicina Barbara McClintock, el violinista Yehudi Menuhin, el escritor T.S. Elliot, entre algunas de las grandes personalidades de la cultura moderna, que de haber sido categorizadas por los lineamientos más estrechos del CI hubieran quedado empequeñecidos a pesar de sus descomunales talentos.

Pero más allá de estos aspectos es realmente sorprendente que en determinados círculos como el periodístico se siga poniendo un énfasis desmedido sobre estas visiones arcaicas de la inteligencia. Uno entiende que las noticias sensacionalistas y los títulos histriónicos sirven para captar audiencia. Pero este tipo de noticias lamentablemente perpetúan la idea de que la inteligencia viene dada por la herencia genética y que no hay mucho que uno pueda hacer al respecto si no fue agraciado con buenos genes.

Si bien la genética juega un rol, hoy contamos con diversas herramientas farmacológicas que nos permiten “tunear” la mente y apuntalar funciones ejecutivas como la memoria y la atención. Incluso existen dispositivos de neurofeedback de gran sofisticación que permiten inducir estados mentales asociados con la relajación y la creatividad.

Estos son tan solo algunas de las cosas que YA están disponibles.

Pero estos comentarios no pretenden soslayar la mochila genética. Según la fuente que uno utilice la bibliografía científica confirma que el grado de influencia de la genética puede encontrarse entre el 40% y 80%. En última instancia para procesar cada pensamiento, emoción o incluso recuperar ciertos recuerdos es necesario involucrar un complejísimo entramado de rutas neuronales, mensajeros químicos, neuromodulares, y diversos sistemas que recién en los últimos años hemos empezado a entender. El hecho de que un cerebro adulto posea más de un trillón de conexiones y de que cada impulso neuronal a su vez sea asistido por el sistema nervioso y endócrino muestra la enorme importancia de tener una buena huella genética.

Pero cualquiera sea el caso, sabemos que hay gran margen para mejorar. Y lo que hagamos con ese remanente que queda librado a nuestro control puede reportarnos mejoras realmente significativas.

En mi último libro INDESTRUCTIBLE dedico un capítulo entero a explicar cómo es posible “tunear” la mente ofreciendo una gama bastante ampliar de hierbas, vitaminas y drogas inteligentes que permiten mejorar la bioquímica del cerebro. El adecuado uso de estas sustancias pueden tener resultados milagrosos.

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