Cómo convertirte en un Jedi

En el libro “Life: The Epic Story of our Mitochondria” el auto Lee Know traza una interesante analogía entre las mitocondrias y las midichlorians.

Si son cinéfilos o fanáticos de la saga Star Wars (La Guera de las Galaxias) posiblemente recuerden una escena del primer episodio “The Phantom Menace” donde Obi Wan Kenobi le explica a Anakin el enigmático origen de “la fuerza”. En el mundo de fantasía de George Lucas “la fuerza” presente en cada Jedi provenía de unas microscópicas partículas denominadas midichlorians, una forma de vida inteligente que convivía de manera simbiótica en el interior de cada ser vivo. Lo que distinguía a cada Jedi del resto de los humanos era la presencia de cantidades inusualmente altas de midichlorians las cuales permitían detectar ese campo energético conocido como “la fuerza”. En una parte de dicha escena Obi Wan queda impresionado luego de analizar una muestra de sangre del joven Anakin al comprobar que sus niveles de midichlorians eran los más altos jamás vistos. Esto explicaba la presencia inusual de “la fuerza” en quien después se convertiría en el propio Darth Vader.

Al igual que las midichlorians se especula que las mitocondrias eran originariamente formas de vida independiente con su propio ADN. Similares en su estructura química a una bacteria, las mitocondrias en algún momento del derrotero evolutivo lograron entrar al interior de las células para buscar un refugio seguro. A cambio de un hogar las mitocondrias iban a suministrar la energía que cada célula necesitaba para mantenerse con vida. Ese pareció ser el contrato que selló la relación simbiótica entre las células y las mitocondrias y lo que dio origen a nuestra especie.

 

Las mitocondrias parecen heredarse a través del linaje materno, y algunos investigadores especulan que el primer “humano” en albergar las primeras mitocondrias era, ni más ni menos, que una mujer que moró por las zonas costeras del Africa hace aproximadamente 170.000 años. Dado que el ADN de cada mitocondria permanece inalterado, podemos trazar la “huella genética” de cada persona analizando el ADN mitocondrial que heredamos de nuestras madres.

El número de mitocondrias depende del tipo de célula. La mayor densidad de mitocondrias la observamos en el corazón y en segundo lugar en el cerebro. Y mientras hay solo dos copias de ADN en el núcleo de cada célula, las mitocondrias poseen múltiples copias de su propio ADN. Por esta razón el material genético de las mitocondrias es extremadamente rico y tan valorado por los médicos forenses. Pueden existir entre 200 a 2000 mitocondrias por célula, ascendiendo a 5000 en el caso de las células del corazón.

El hecho de que necesitamos mitocondrias saludables para vivir se debe a que su función celular consiste en utilizar el oxígeno que captamos a través de los pulmones para quemar las calorías que obtenemos de los alimentos. De este proceso surge el químico denominado adenosine trisfosfato o ATP.

El ATP que producimos en el interior de cada célula gracias a la actividad de las mitocondrias constituye el insumo más importante que tiene el cerebro para funcionar. De ahí la importancia que le asignamos el proceso de respiración celular que no es mas que el conjunto de ciclos metabólicos del cual obtenemos cada molécula de ATP. Cuanto más ATP seamos capaces de producir mejor va a funcionar el cerebro, el corazón y el resto de nuestros músculos.

Sin bien esto puede sonar como algo que el cuerpo puede realizar sin mayores dificultades se trata de un complejísimo proceso que se repite cíclicamente múltiples veces por segundo, y en el cual intervienen infinidad de micronutrientes, enzimas, cofactores, y rutas metabólicas.

Pero son muchas las cosas que pueden salir mal en el camino.

Desde el natural paso del tiempo que reduce la vida útil de cada mitocondria hasta las agresiones del ambiente, las múltiples variaciones genéticas, hasta la oxidación producida por los radicales libres.

Las mitocondrias son extremadamente sensibles a los factores ambientales. En ambos sentidos, afortunadamente. Esto quiere decir que existen diversas maneras de “despertarlas” o de vigorizarlas en aquellos casos donde estén fuera de estado.

El declive cognitivo que sobreviene con la edad, la falta de energía y la menor capacidad para aprender o recordar cosas tienen como denominador común alteraciones en la función mitocondrial. Dicho de otro modo, si deseamos reparar o mejorar el cerebro tenemos que empezar por mejorar la cantidad y la salud de las mitocondrias.

Los mismos factores que inciden sobre la tasa de neurogénesis también influencian la salud de las mitocondrias. En especial, la liberación crónica de hormonas del estrés, químicos pro-inflamatorios como las citoquinas liberadas como parte de la respuesta inmune, y el exceso de radicales libres. Estos últimos son de especial importancia por su capacidad para oxidar y perforar las membranas celulares dándoles vía libre para llegar hasta las mitocondrias.

Los radicales libres son sustancias reactivas que surgen como desechos tóxicos del propio proceso de respiración celular. Esto quiere decir que estamos constantemente produciendo radicales libres. El problema con estas moléculas es que alteran al ecosistema celular en busca de electrones. En el camino producen daños al propio ADN de cada célula produciendo alteraciones en la secuencia de dicho código genético. Con el tiempo estas mutaciones del ADN alcanzan un umbral crítico. Cuando es superado generan muerte celular. Cuando esta acción acumulativa se extiende en el tiempo causa lo que conocemos como proceso de envejecimiento, que no es más que la inhabilidad de las mitocondrias para seguir produciendo energía y lo que origina la muerte celular. Esta hipótesis, grosso modo, permite explicar muchas de las enfermedades y trastornos que aparecen con la edad.

En suma, cuando el cerebro se queda sin ATP sencillamente se apaga. No es difícil concluir que la degeneración o deterioro mitocondrial trae aparejada una pérdida generalizada de energía, y en el plano cognitivo, la inhabilidad para llevar adelante aquellas tareas que nos distinguen como seres racionales. Al igual que las midichlorians permitían a cada Jedi escuchar “la fuerza”, las mitocondrias a grandes rasgos nos permiten acceder a nuestra propia consciencia.

 

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