La Alimentación y la prevención de enfermedades crónicas

A comienzos del año 2002 la Organización Mundial de la Salud (World Health Organization – WHO) se reunió en la ciudad de Geneva para discutir el abultado cuerpo de evidencia científica que da testimonio de la creciente epidemia de enfermedades crónicas que asola a gran parte del mundo desarrollado y en vías de desarrollo, y su relación con muchos cambios observados en la alimentación y el estilo de vida.

Uno de los aspectos que más llamó la atención de las cifras presentadas fue que en las últimas décadas la mayoría de los países tuvo mayor acceso a productos transables como los alimentos gracias a la mayor integración de los mercados. También hubo un mayor desarrollo económico en la mayoría de las economías, mayores estándares de vida, y en general mayor acceso a muchos servicios esenciales. Pero a pesar de esas mejoras estructurales en muchos países se observó un incremento simultáneo en la incidencia de enfermedades crónicas como la hipertensión, las enfermedades coronarias, algunos tipos de cáncer, la obesidad y la diabetes, por nombrar las principales. Hacia el año 2001 esas condiciones explicaban en conjunto el 60% de las causas de muerte a nivel global (con la excepción de algunas regiones como el Africa sub-sahariana).

Dado que el 79% de esas muertes ocurrían en los países desarrollados muchos analistas se apresuraron a bautizarlas como “enfermedades de la afluencia” sin percatarse que las mismas ocurrían en mayor medida en las regiones pobres de dichos países. A su vez, la cantidad de muertes observadas en China e India debido a accidentes cardiovasculares superan en la actualidad a las que se producen en la totalidad de los países desarrollados. La WHO estima que de no corregirse estas tendencias para el año 2020 tres cuartas partes de las muertes a nivel global estarán asociadas a este tipo de enfermedades. Hoy sabemos que todas estas condiciones están asociadas al efecto conjunto de la alimentación, al desajuste entre la mayor ingesta de calorías y los ritmos de vida cada vez más sedentarios, al mayor consumo de tabaco, y a muchos problemas asociados al estilo de vida moderno como el estrés y la falta de actividad física regular.

Otro ejemplo de esta tendencia la vemos en el crecimiento que ha tenido la obesidad en muchos países de Asia y Latinoamérica donde se ha duplicado y hasta triplicado a pesar de la preponderancia que todavía tiene la desnutrición en esas regiones.

Qué es lo que ha pasado? Desde la segunda mitad del siglo XX se han ido introduciendo cambios sustanciales en la forma en la cual lo población mundial se alimenta. Estos cambios se observaron primero en los países desarrollados e industrializados pero la tendencia no tardó en extenderse a la mayoría de los países en vías de desarrollo. Las dietas tradicionales compuestas en mayor medida por plantas y vegetales, han sido progresivamente reemplazadas por alimentos procesados elevados en calorías, grasas saturadas y productos de origen animal. Los cambios en la dieta es uno de los motivos, pero no el único. También se suman otros factores como un progresivo viraje hacia un estilo de vida más sedentario, y el mayor consumo de tabaco y alcohol, los cuales parecen tener un efecto multiplicador. Incluso en países como Brasil, las estadísticas indican que el 70-80% de su población mantiene un estilo de vida sedentario. Como un ejemplo opuesto se encuentra Corea, que a pesar de los cambios económicos la población ha mantenido su dieta tradicional basada en gran medida en el consumo de vegetales. No es casualidad que Corea muestre uno de los índices más bajos de enfermedades coronarias del mundo.

A pesar que muchos países siguen destinando gran parte de sus recursos públicos a la prevención de la desnutrición, gracias a la abrumadora cantidad de estudios que confirman el rol de la alimentación en el estado de salud presente y futuro muchos países ya han adoptado políticas publicas orientadas a la prevención de enfermedades crónicas a través de la promoción de hábitos más saludables. Un ejemplo es Finlandia que ha logrado reducir los ratios de mortalidad debido a enfermedades coronarias promoviendo cambios en la alimentación. De las tres principales causas que inciden sobre esta condición como son la hipertensión, el colesterol elevado, y el consumo de tabaco, los cambios en la alimentación resultaron ser una medida mucho más efectiva que la acción de las medicaciones contra la hipertensión o el colesterol, e incluso con respecto a algunas intervenciones médicas según se desprende de un estudio realizado entre la población de dicho país.

A continuación vamos a comentar alguna de la evidencia que indica que una dieta como la que hemos sugerido a través de la pirámide nutricional “mejorada” permite reducir exponencialmente los riesgos asociados a muchas de las principales enfermedades crónicas, incluyendo:

Enfermedades cardiovasculares

Durante muchos años se pensó que el colesterol al contribuir con el bloqueo de las arterias coronarias y al reducir el transporte de oxígeno a muchos órganos y tejidos era el principal responsable de las fallas cardíacas. Gracias al estudio de las dietas seguidas en países con baja incidencia de enfermedades coronarias como Grecia y varios países del mediterráneo hoy sabemos que no todas las grasas son iguales y que incluso algunas como el aceite de Oliva o el Omega-3 son actualmente muy buenas para el corazón. El tipo de grasas es lo que parece hacer la diferencia. Cuando se reemplazan las grasas saturadas y transgénicas por grasas mono y poli-insaturadas parece haber una reducción del colesterol malo (LDL), de los niveles de triglicéridos, reducción en la presión sanguínea, y menor riesgo de arterosclerosis y arritmias cardíacas.

Hipertensión

Cerca del 50% de la población adulta en la mayoría de los países desarrollados tiene presión arterial elevada. Y cerca del 80% de las personas mayores de 50 años tiene una presión arterial lo suficientemente alta como para ponerlos en situación de riesgo. Los principales motivos de la presión arterial elevada obedecen a una combinación de factores genéticos y ambientales entre los cuales la dieta tiene una influencia central. Existe suficiente evidencia de que un tipo de dieta denominada DASH (Dietary Approaches to Stop Hipertension) junto a estrategias nutricionales como una ingesta reducida de sodio y alcohol más al consumo adecuado de potasio resultan extremadamente efectivas para mantener la presión sanguínea controlada. La dieta DASH es en esencia similar a la dieta mediterránea (muchos vegetales, frutas y aceite de Oliva). En los últimos años dicha dieta se ha refinado para también incluir ácidos grasos Omega-3, alimentos ricos en potasio, y también productos lácteos bajos en grasas. La dieta DASH junto al consumo de suplementos con potasio y vitamina C más actividad física regular ha resultado consistentemente más efectiva que las medicaciones contra la hipertensión. El consumo de Omega-3 también resulta beneficioso para la hipertensión ya que ayuda a controlar los triglicéridos y a aumentar el colesterol bueno (HDL).

Diabetes

La incidencia de la diabetes se ha triplicado desde los años 60 y los casos de diabetes tipo 2 (resistencia a la insulina) también no han dejado de aumentar desde los años 70. El principal factor de riesgo en estos últimos casos es la obesidad y la falta de ejercicio. En especial el sobre-consumo de alimentos con alta carga glicémica que con el tiempo provoca la pérdida de sensibilidad de las células a la insulina. Cuando esto ocurre el cuerpo pierde la capacidad para procesar carbohidratos y para estabilizar los niveles de azúcar en sangre. Los estudios parecen indicar que el 90% de los casos de diabetes tipo 2 se podrían evitar con una combinación de una dieta basada en alimentos con alto contenido de fibra, grasas poli-insaturadas como el Omega-3, y alimentos con baja carga glicémica; más ejercicio físico regular.

Cáncer

En Noviembre del año 2007 la World Cancer Research Fund y el American Institute for Cancer Research publicaron una segunda edición del reporte Food, Nutrition, Physical Activity and the Prevention of Cancer donde compartieron los resultados del análisis realizado por 21 expertos a lo largo de cinco años y en más de 30 países. Las recomendaciones de dicho informe incluyeron: (i) evitar el exceso de peso ya que algunos estudios encontraron relaciones entre algunos tipos de cáncer (como el cáncer de colon) y el consumo excesivo de calorías, (ii) mantener una actividad física regular ayuda a mejorar la eficiencia metabólica, (iii) limitar el consumo de alimentos sobre-procesados, con exceso de azúcar, y con alto contenido de calorías, (iv) comer alimentos ricos en fibra como frutas y verduras, (v) limitar la ingesta de alimentos de origen animal en especial carnes rojas y carnes procesadas (i.e. embutidos) cuyo consumo excesivo parece incrementar la inflamación del sistema inmune y algunos tipos de cáncer, (vi) moderar el consumo de alcohol ya que en exceso altera el nivel de ciertas hormonas como el estrógeno que aumentan la probabilidad del cáncer de mama, (vii) limitar el consumo de sal debido a su contenido de sodio, (viii) los nutrientes deberían provenir de la alimentación aun cuando algunos estudios han encontrado un efecto beneficioso de algunos micronutrientes como el folato (B9), la vitamina D, y el Omega-3 para controlar algunos tipos de cáncer como el colorectal y el cáncer de mama. Un estudio realizado en el Arizona Cancer Center que incluyó a 1312 personas encontró que la ingesta de selenio en dosis de 200mcg diarios logró reducir la incidencia de varios tipos de cáncer en un 63%.

Más allá de estas sugerencias generales los datos siguen siendo controvertidos. El consenso por ahora apunta al efecto adverso que produce el consumo excesivo de calorías, otros a la mayor ingesta de alcohol y a la alteración de los niveles de estrógeno, y también hay estudios que enfatizan el rol de ciertos alimentos y nutrientes para reducir la inflamación crónica y mejorar la respuesta inmune.

Osteoporosis

Con el paso de los años los intestinos absorben menos calcio de los alimentos y los riñones se hacen menos eficientes a la hora de conservar el calcio y de metabolizar la vitamina D. Como resultado el cuerpo comienza a utilizar el calcio que se encuentra almacenado en los huesos. Con el tiempo los huesos se vuelven más porosos, comienzan a perder densidad y se vuelven más frágiles o propensos a sufrir fracturas. Si bien el consumo de calcio cumple un rol a la hora de mantener una saludable estructura ósea existen varios estudios que vinculan el consumo elevado de calcio con cáncer de próstata para hombres y cáncer de ovario para las mujeres. Por esta razón muchos investigadores han sugerido reemplazar la suplementación con calcio por la suplementación con vitamina D y vitamina K. La vitamina D ayuda con la absorción del calcio, promueve la densidad ósea y contribuye a prevenir la osteoporosis. A su vez, la vitamina K ayuda a movilizar el calcio a los huesos y hay estudios que indican que el consumo de 100mcg diarios de vitamina K reduce en 30% el riesgo de fracturas de cadera. Por último algunos alimentos como la carne incrementan el riesgo de osteoporosis. Cuando consumimos un exceso de proteínas el aparato digestivo debe liberar ácidos para digerir esos alimentos. El calcio muchas veces se utiliza para neutralizar esos ácidos, por ende a mayor consumo de proteínas mayor riesgo de perder calcio de los huesos.

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